El exabrupto de mi queridísima cacho de carne Dos contra mi cepillito rosa (me querés decir qué mal te hizo, es sólo un cepillo que quiere vivir su vida!) me hizo acordar a una excursión que hice este año en la que me enfurecí un poquito.
Mayo, creo, nos vamos con A. a Navarro, provincia de Buenos Aires a reposarnos unos días y correr una carrerita (yo, claro).
Padre dice: ah yo quería ir a Navarro, cerca de ahí hay una comunidad ecológica que construyen en barro, me interesaba ver. Recordar que padre trabaja en el área social, el tema de la autogestión le interesa sobremanera. Y me dió la vida, no podía decirle que no.
Empecé a intuir que la cosa no iba a salir bien cuando abro la página web del lugar en cuestión y me encuentro con esto:
Me encanta el anco, lo como todas las semanas, se puede preparar de muchas maneras pero no andaría abrazando un zapallo. Con Ana de los hamsters al día de hoy nos seguimos riendo de esta foto.
Prosigo. Sábado. Después de un reparador almuerzo que por suerte incluyó varias clases de animales muertos (en un lugar muy emocionante, donde mataron a Dorrego), nos dirigimos a la autodenominada ecovilla.
Una tarde hermosa, calor pero no tanto, verde, olor a campo. Todo muy lindo hasta que de repente HIPPIES. Muy hippies.
Imaginen no tanto mi cara sino la de A., muchacho del riñon del punk rock avellanedense. Carnívoro militante. Ser racional a ultranza. Jamás abrazaría un zapallo.
Pienso, bueno, esto hay que tomarlo con calma, escuchemos a la señora de la visita guiada, una flaca flaquísima de unos 50 años.
-bla bla bla agricultura autosustentable, con estos alimentos nos nutrimos...
-no mucho, le comento a A. Muy nutrida no parece la señora.
Ahí acuñamos el término ECOREXICA: anoréxica que usa la ecología de excusa para su enfermedad.
Todo esto dura como una hora, donde yo iba cobrando temperatura contra el adobe, las verduras, los colectores solares y la humanidad en general.
Resumiendo mis críticas:
-comunidad autosuficiente, las bolas. Lo que cosechan no alcanza para darle de comer a las 10 -sí, diez- personas que viven ahí en forma permanente. Con lo que cobran en las visitas, seminarios y cursos compran muchas cosas afuera. Hipócritas.
-están establecidos hace unos 10 años y la tasa de crecimiento poblacional es nula. Un fracaso demográfico, lo llamaría yo.
-como arquitecta, no me resultó del todo satisfactorio el método de construir las casas, moldeando la arcilla con las manos, sin una unidad como el ladrillo, ah, el ladrillo, años estuvo la humanidad para inventar algo tan ingenioso como el ladrillo y hay gente que decide retroceder porque el progreso es malo. Malo, cuco, caca.
-pero igual tenemos notebooks y dvd y viajamos en avión, eh, no te pienses. Ah, tan malo no era el progreso.
-yo no soy un ejemplo de pulcritud hogareña pero en estas casas estaba todo tan pero tan sucio que ya era asqueroso.
Al terminar la visita guiada, nos sentamos todos en ronda a escuchar al señor artífice de la comunidad, un arquitecto (tenía que ser) barbudo y más sucio que todas esas casas juntas.
Toma la palabra una chica de unos 30 años que había ido hasta ahí con su hijo de 8,9 a contar que ya era como la quinta vez que venía y que estaba pensando en mudarse a la comunidad. La cara de espanto del nene, de ACA???? mamá, esto me va a costar años de psicoanálisis y adónde queda el macdonalds más cercano... me dieron ganas de abrazarlo y salir corriendo con él a cuestas.
Ahí prosigue una hora de una sarta de lugares comunes y demostraciones de soberbia típicas del que piensa que es un master de la empatía y la comprensión del ser humano. Me refiero al señor arquitecto mugriento.
Un rato fue divertido pero después entró a anochecer y yo pensé en el día perdido y le dirigí mirada suplicante a padre, madre y esposo, por favor HUYAMOS!
Y huimos. Sin haber abrazado el zapallo.